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Interrumpir todos los discursos, todos los esqueletos verbales, e infiltrar en el corte la llama que no cesa. . Empezar el discurso del incendio, un incendio que inflame estas rastreras chispas malolientes que saltan porque sÃ, al compás de los vientos. . Y entretanto sellar la incontinencia del verbo del poder y sus secuelas. La palabra del hombre no es un orden: la palabra del hombre es el abismo. . El abismo, que arde como un bosque: un bosque que al arder se regenera. . . Roberto Juarroz