M urió sin pena ni gloria, Murió en Libertad. La muerte lo abrazó sin ruido, sin estruendo. Aquel niño nacido en el barrio de Vallbona (Barcelona) no fue elegido para vivir dignamente sino para luchar agriamente.
A los nueve años ingresó por vez primera en un reformatorio, cárcel de menores,
donde comprobó que aquellos que hablaban en nombre de Dios molÃan a palos a los
niños y hasta realizaban prácticas homosexuales con ellos. A fin de cuentas eran
las vÃctimas que nadie iba a defender, sus familias, si es que las tenÃan,
estaban ocupadas en otros menesteres más mundanos y no precisamente en conocer
lo que estaba ocurriendo a sus niños.
Juan José decidió que aquello no era para él y un buen dÃa escapó de aquel
infierno incapaz de reformar nada.
Sus primeros seis años de prisión se fueron realimentando constantemente dando
lugar a toda una vida de condena. Entre reformatorios, robos, drogas y rejas se
le fue la vida.
Fátima Molina, su abogada, le aconsejó estudiar y escribir sus memorias; sin
duda dos objetivos trascendentales para soportar la prisión y los abusos que con
él se cometieron. Las autolesiones, las huelgas de hambre y los motines en la
cárcel, para reivindicar un trato digno, fueron conductas frecuentes
protagonizadas por Juan José. De nada o de poco sirvieron, si acaso para
incrementar los años de condena y para justificar los duros castigos que se le
aplicaron.
Vivió, también, su momento de gloria, un momento que, quizá, no supo aprovechar.
En la década de los ochenta su biografÃa de infancia y adolescencia vio la luz y
rodó una pelÃcula bajo la dirección de Juan Antonio de La Loma.
En el año 1.994, tras doce años en las entrañas del infierno, la puerta de la
prisión se abrió para que Juan José pudiera disfrutar de tres dÃas de libertad.
El sueño, tantas veces acariciado, apenas susurrado, se hizo realidad.
Los permisos se sucedieron, pero el hombre largamente encadenado no supo
liberarse de sus demonios y su mente rescató de las ventanas de la memoria el
recuerdo de las únicas habilidades adquiridas fuera de la prisión: el arte de
robar.
Tras su muerte escuché voces que decÃan: "Fue carne de cañón". Sentà rabia e
impotencia porque quienes asà opinan lo hacen desde el desconocimiento, desde la
ignorancia, desde una postura crÃtica con la conducta de los demás y tolerante
con su propia mediocridad.