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Tan pronto como pare de llover, será necesario que salgan a la luz estos Despeinados de que hablo ya a renglón seguido. La historia de los cuales se remonta a unos años de instituto, aburridos en enseñanza y llenos de asociacionismo fuera de las aulas, recostados sobre el murete o en las columnas del claustro, o en la pista de fútbol sala. Sin hacer absolutamente nada más que tocar la guitarrita y divertir al personal, que echaba las horas muertas fumando (que antes se podÃa casi en cualquier sitio) y escuchando las canciones sin sentido y repletas de cambios de ritmos incongruentes, pero resultones, que nacÃan del tedio y del absentismo escolar. Estos Despeinados siguen componiendo en este instante y me encomiendan la tarea de redactarles su historia. Porque andan bien ocupados gestando el sonido ideal, el más fresquito y desconocido. Y nadie mejor que yo para echar el cable. Yo que no toco instrumento y que no sé cantar, pero que me muevo siempre a su lado, al lado de todos ellos, siempre. Yo: el EspÃritu Despeinado, el alma del grupo, que vivo entre ellos y de quien jamás se podrán desprender… Y, además, el único que sabe escribir medianamente bien.
Debe hacer al menos diez años que se reunieron, en inicio, y que, estudiantes del Instituto Luis Vives de Valencia, decidieron asaltar un local de esos miserables en el garaje de la Avenida Giorgeta para improvisar alguna canción simplona y graciosÃsima (como todas las del principio). El local ni siquiera lo pagaban ellos. Aprovechaban el ratito de descanso de la otra banda o sólo entraban sin avisar con la llave prestada. Pedro tocaba la guitarra con otro grupo y apareció Pakito, que acababa de aprender algún ritmo con la baterÃa. Empezaba a sonar. Faltaba un bajista y su hermano, Javo, prometÃa y mucho. Acariciaba las cuerdas y sacaba sonidos, que ya es tanto más que lo que se escucha de normal en los garajes musicales. Era, con todo, tan pequeño. Catorce años nomás, creo recordar. Se adaptó. Luego era cuestión de que Jaime Gomis, que canta como jamás he escuchado hacerlo a nadie, perdiera la vergüenza inicial y se arrancara.
Y asà comenzaba a estructurarse la formación de base que llega hasta el dÃa de hoy. Se llevaba la música ska en los institutos por entonces. Era la única opción algo melódica y graciosa a la vez. Te hacÃa saltar y menearte. Si escribes letras chistosas y las riegas de protesta quinceañera, se te llena la boca de risa y de escupitajos de adrenalina. El público les respondÃa bien. El resto de géneros requerÃan de un punto de intelectualidad por parte del espectador. Y nunca serÃan tan resultones. Además, éstos tocaban con gracia, sin técnica, pero con alma. Eso es siempre lo único que deja huella. Lo que te revuelve la entraña y, encima, te levanta las carcajadas.
Pasaron dos cantantes más: Luis y Pepe. Y un guitarra solista: Ricky. La banda se fue ampliando. La música ska se hacÃa más divertida si sonaban metales. Más aún cuando se entrometÃa la intervención de un teclado. De repente, la formación se habÃa convertido en una big-band. David con su teclado, Javi con su trombón, Jaime Barberá con su saxo tenor, Pere con su trompa y Peyró con su saxo alto, confirieron al espectáculo el efectismo necesario para conseguir la aceptación total del público en cada actuación. Y yo siempre en primera fila. Con cinco pitos y un teclado: aquello sonaba espectacular. Todos los errores técnicos, además, se solapaban porque habÃa instrumentos por doquier, sonando a la vez. Y luego Toni con su trompeta. Unos se iban y otros venÃan. Los músicos todos eran buenÃsimos, con alma. Pero resulta imposible reunir a tantos ejecutores el mismo dÃa y a la misma hora. Te ponen trabas en los escenarios, que son muy pequeños. Y sonorizar a diez cabrones a la vez es desquiciante en cualquier festival.
Aquella formación inicial se llamó D-Ska-Rao. Y pasó a ser Ska-si-Ska poco después. Era casi ska, pero, definitivamente, habÃa dejado de serlo en el sentido estricto de la acepción musical. Se fundÃa con el rock y con el espÃritu de la música más latina, del son y la salsa, del cha-cha-chá y el merengue; y también del swing y el funk y el reggae. Tanto es asà que el estilo se habÃa difuminado y tornado indefinible.
Entonces, Jaime Gomis apareció con un tema nuevo: “El clan de los Artistas Suicidasâ€. En una lÃnea de pop-rock a lo M-Clan pero con un coro que canta a tres voces y le confiere una fuerza que no se escucha desde luego en los grupos aficionados. Más allá de la tonadilla, el tÃtulo de la canción encerraba la clave de la definición que en aquel momento concluà adecuada en lo tocante al sonido de la banda: un sonido “Suicidaâ€. ¿Qué estilo hacéis? Un estilo suicida. Esto de ser artista tiene mucho de suicida, ya lo decÃa Jaime Gomis en una entrevista, y lo debÃa llevar rumiando mucho tiempo. Cuando me topé con la frase de Bergman, el cineasta, en un libro autobiográfico suyo, comprendà que tampoco estábamos tan solos: “Ahora que estoy en casa echo en falta los desafÃos, los follones, las batallas sangrientas y los artistas suicidasâ€. Aunque bastante anterior al nacimiento del grupo, seguro que se refirió a ellos. Me gusta pensarlo asÃ.
La cosa se enfriaba y se cogÃa de nuevo. Pasaron las maquetas primeras, con más gloria que pena al principio; con cabreos ya a seguir porque se evidenciaban los fallos nada más escucharlas. Las canciones se iban puliendo, pero los ensayos eran pocos e incompletos casi siempre. Los músicos no sólo viven para la música y basta. Sobre todo si no cobran de la misma. Y si cobran de ésta, entonces se tiene que olvidar el hobby por precisión. Casi todos tuvieron que optar por las orquestas. O por bandas que reportaran más dinero que las copas que te pagan en los garitos por actuar. Incluso los cuatro Despeinados que constituyen la base actual de la banda se vieron emputecidos por el negocio de la música, trabajando en orquestas y otros grupos con más renombre como los Platters. Lo que pasa es que se pierde la gracia cuando tocas la música de otro. Entonces parece tiempo perdido.
El grupo se deshizo. Los metales se marcharon. Y también el teclado. Pakito se fue de Erasmus a Italia y aparecieron nuevos baterÃas. A su vuelta se reincorporó como guitarra solista. Entonces fue Javo el que marchó todo un año fuera, siguiendo acaso los pasos de su hermano. Y a la vuelta, hablando un perfecto italiano y con la lasagna inundándole el cerebro, decidió junto a Pedro dar el nuevo impulso final al conjunto. Es un todo o nada después de mil conciertos. Jaime Gomis habÃa compuesto unas canciones muy nuevas, nada escuchadas. La banda argentina Bersuit Vergarabat fluÃa por cada uno de los poros de los temas nuevos. Pero era aún más genuino (lo sigue siendo). La canción de Pepe, pobre diablo inmaculado, que no conoce mujer hasta que los miembros amigos del grupo consiguen persuadir a una mocilla de dudoso buen ver para que disipe sus poluciones nocturnas. Con otros ojos, resucitando y viendo las calles de nuestra ciudad que resplandecen cuando se cree que ya se diluye por siempre la posibilidad del triunfo. El Fallón que se mira en la entrepierna y sospecha que, nuevamente, ésta no será su noche de amador. Y algo bueno que nace después de la lluvia, justo Tan pronto como pare de llover. Canciones que no se debe perder la humanidad. Os lo cuenta el EspÃritu Despeinado.
Entonces la formación, que se hacÃa llamar ya Artistas Suicidas, se mira en los ojos y comprende que las discográficas no cogen las maquetas enviadas porque el nombre del grupo suena a desastre musical. Augura un caos de notas que en nada se corresponde con la armonÃa sublime de que sus canciones hacen alarde. Los artistas parecen tirarse del viaducto empuñando su instrumento (el que sea) y saltan ondeando unas melenas que no tienen y gritando procacidades y palabras obscenas. Nada más lejos que el rollo comercial que patrocinan. Imaginan a los productores echando mano al rollo de papel higiénico del cuarto de baño y contrariándose porque se han quedado sin. Y a falta del mismo, limpiando sus honorables traseros con la carátula de la maqueta de Artistas Suicidas: “Total, seguro que con ese nombre suenan fatalâ€. A Pedro se le ocurre. Probablemente esté pensando en la cabeza pelada de Pakito o en las entradas prominentes de Javo; las mismas que oculta Jaime Gomis bajo sus rizos, o las que florecen bajo lo que queda de su hermosa melena crespa de cuando muy chaval. Y piensa que lo más bonito que existe es reÃrse de uno mismo. Y lo más sensato también. Despeinados. Ése es el nombre. Ahora sà que toca sacarlos del anonimato.
Dos profesores, un médico, un bombero y un baterÃa por turnos (el quinto en concordia). Pero, por encima de todas las cosas, músicos de los que no quedan. Se toca por placer y para dar placer, en el sentido que se prefiera. Pero este hilo musical no se ha escuchado aún y, creedme, serÃa insensato que lo dejarais a un lado. Hace mucho que no atiendo a nada remotamente parecido. Son buenos, muy buenos. Sublimes. Y necesitas moverte si los escuchas. Nadie canta con esa coral de tres voces al unÃsono. El sonido es potente y es melódico. Si no hay armonÃa, entonces no suele valer. Pero aquà todo es melodÃa, de la redonda, de la que agradece el oÃdo. Y ritmos cambiantes y bien llevados, sin incoherencias. Todo fluye. Todo es un rÃo sin interrupciones; un discurrir natural. Un caminar lleno de alma.
Hacedme caso, escuchad esto. No podré entender que no emerjan. Haced lo posible para que salgan de la oscuridad, para que pare de llover. Para que los escuche la gente toda. Sospecho que el mundo se lo merece. Sacadlos: es vuestro deber para con la música.Se despide: EspÃritu Despeinado.