The Kitchen Syncopators was born out of love for old southern music and necessity in 1998 by Gill Landry and Woodrow Pines while they starved, sharing floor space in a tool shed in rainy western Oregon. They spent the next few years cutting their teeth on the streets of New Orleans not so starving, and sharing floor space in a one bedroom shotgun in the 9th Ward, heading to the west coast in the summers for the kinder weather, and easy living in the open air. Joined the next year by their old friends Bob Scarecrow and Charlie Bean from previous ensembles, they've evolved into their own unique honest sound with a blend of rural and urban oldtime stringband, blues, ragtime, jazz, and jug band music and have since built quite a name and following for a few hobo's. Over the years Ryan Donahue and Slim Nelson have been performing and recording with the band in New Orleans and occasionally on the west coast. The boys are currently persuing personal projects as well. Gill Landry is making a record of his original material to be released and toured next year, and Bob, Huck, and Gill are all in a band of Bob and Hucks originals called the Oz St. Fossils.
A Review from Mexico:
The Kitchen Syncopators
Underwood
www.kitchensyncopators.com
Por Hugo Roca Joglar
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El entorno con el cual se crece es determinante en todas las facetas a desarrollarse. La forma de pensar, lo que se pretende lograr, la personalidad, moralidad, entendimiento, percepción de la realidad y acepción de lo circundante, dependen de lo que un niño vio, sintió, olió, aprendió y palpó. La actual tendencia a homogenizar logra su cometido, a partir de los medios de comunicación masiva, en las sociedades de consumo. Un infante ranchero en Canadá puede presentar afinidad con su coetáneo citadino de Singapur: ambos crecieron viendo los mismos programas, jugando los mismos juegos y adorando a los mismos deportistas. Y tal vez ese niño canadiense no comparte nada con su vecino de cuadra, ya que éste se preocupa por regar las plantas, arrear a la borregada y leer cuentos sobre animales de Kipling.
En terrenos musicales, la industria se adecua rápidamente a los vertiginosos avatares de los consumidores, ante tanto mercado, se podrÃa pensar que las necesidades a cubrir son extensas y diversas, pero no es asÃ: el comportamiento de la mayor parte de los escuchas presenta caracterÃsticas sÃmiles a la de una vacada, lo que facilita su complacencia.
Las tendencias retros a nivel radial son fluctuantes e inmediatas, responden a intereses, circunstancias históricas y hasta efemérides. Según el momento, una runfla se postra mansa e idolatra al grupo que mejor aprovechó la novedad, en espera, claro está, de que llegue la nueva tendencia que de una novel pulsión anegue su instinto consumidor.
The Kitchen Syncopators surgió en 1998, en sus nueve años de existencia han sacado siete álbumes; todos ellos con la clara consigna de plasmar el intenso amor que sus integrantes le profesan a la vieja escuela de la música sureña de los Estados Unidos de América.
En su más reciente disco, Underwood, logran venerar la presencia pretérita, mas no en la clásica manera unitiva de fusiones y mezclas. Logran mantener intacta la peana y a partir de ella construir una extensión que en creatividad y nostalgia se divisa forastera.
La vetusta banda de cuerdas es retomada y en el sonido se marcan respetuosamente y con ribetes parsimoniosos las dos tendencias: la urbana, más estridente y vigorosa, y la rural, siempre bucólica y artesanal. Ragtime, Jug band, blues y todos los sonidos creados en cielo abierto conforman los cimientos sonoros de las 11 canciones que Underwood contiene. Folk en su explicación, jazz primero en su estructura, el séptimo álbum de The Kitchen Syncopators interpreta a la perfección el old southern sound , pero su verdadero mérito radica en, habiendo logrado reproducir feténmente el sonido surgido en el lluvioso Oeste de Oregon y en las fuliginosas avenidas de Nueva Orleáns, progresar y dotar a lo ya conocido y mil veces reproducido de cuerpo nuevo, voz distintiva y formas propias.
Angel of mine, canción que abre, es un escordio de lo que allende acontecerá: un villorio de los años cuarenta; parva entidad, los habitantes se conocen y absolutamente cualquier acontecimiento que suceda en el terreno que los aloja es, invariablemente, connosco. Regresa el, mucho tiempo ausente, indómito adolescente que lunas atrás, varias ya, en imperdonable afrenta abandonó el pueblo que hogar le dio. Pasado el revuelo y desvanecido el guirigay, cuenta lo que conoció en la ciudad y con ojos ajenos critica la vida rural. En sus palabras acrisoladas hay nostalgia, demasiada, sabidurÃa, de esa velada, y resignación, por siempre accionada. La imagen funciona a partir de la técnica vocal de Frank Lemon que logra mostrarse triste y cambiar a sobria, en tonalidades disÃmiles y dejando invariablemente una estela amarga. Al final, confiesa por qué dejó el pueblo, “¿Cómo te puedo perdonar, me robaste el tiempo; está bien, te veo en el infierno, pequeño ángel mÃoâ€.
Ya confieso, borracho y solo, acompañado por las cigarras y la luna llena recuerda y confunde recuerdos del pasado con ilusiones futuras que jamás se cumplirán, a partir de metáforas montaraces, recrea la vida transmontana de ciega fe cándida y sentimientos del todo cálidos, el miedo en el campo que lleva al odio en livor repleto; habla sobre el amor agreste, tierno y de pasión lleno que experimenta quien creció entre nubes, evónimos, caballos, briznas y cierzo.
Retro en cada pieza, Underwood es la tristeza, belleza y gentileza que entre rÃos y montañas se expresa.