Neuroelevador

Somos personas individualistas, orgullosos egoístas, inmorales, rufianes, pervertidos mordaces, buenos-para-nada, hijos de la noche proletaria, profesionales del pésimo humor y con una peligrosa virtud para el fracaso. Pero capaces de morirse en las palabras refulgentes del idealismo destripado; de llorar horas ante una fotografía inédita; de vibrar en consonancia con la proyección de la bendita música; de aplastar sonriendo los muros del plomo estatal; de cambiar a voluntad el rumbo de los mares en la noche de nuestra imaginación y de castrarse por amor al cuerpo que ostenta la virtud de nuestra contra-arte; de derrochar la carne con el amargo vaporoso del buen vino y en la irremediable ruina de nuestras terapias auto-destructivas.Eso somos nosotros y aquí están nuestros rostros: heridos por la vida y arrugados por la angustia, por esa angustia que nos envuelve entre sus armas con el penetrante amor de una madre y que de forma paralela nos observa cual ave de rapiña, esperando vernos de rodillas sobre las arenas de nuestra impotencia.Pero hemos decidido decir no, hemos decidido permanecer hasta que el último de los cobardes salga; porque entre nuestra demencia y vulgar elegancia existe aún el néctar, el perfume, que corona y justifica la existencia humana: la curiosidad, la necesidad de ir más alto y más lejos. Nadie nos golpea más duro que la vida, ¡Oh, vaya que lo sufrimos... cada golpe! Pero somos eso y este es nuestro rostro, que mira al cielo sin importar si este escupe su refrescante sangre o si proyecta los pilares de la creación, pues nuestra carne siente ese impulso, más allá de nuestras bajas y altas pasiones, ese impulso instintivo de cruzar la vida y ver el mecanismo que maravilla nuestra copa llena de preguntas. Eso somos y este es nuestro rostro... y hemos decidido nunca morir.Sean pues, bienvenidos
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