A un planeta lleno de seres prodigiosos que buscan belleza y conocimiento y se acercan con pasos inciertos a las visiones de futuro de sus antepasados; a un planeta que transporta sin destino a un puñado de primates habilidosos, girando alrededor de un sol maduro; a un pequeño punto azul en el cielo que emite ondas electromagnéticas de baja frecuencia cargadas de imágenes y sonidos contradictorios; a esa diminuta mota de polvo llena de ruido y furia en un cosmos indiferente llegan ahora los ecos tardÃos de un mensaje procedente de un planeta espejo extinto hace millones de años.
Son las voces de una civilización próspera y decadente, voces de lujo y hastÃo, de amor y de rabia, de la triste ironÃa del lunático que ha puesto en marcha la cuenta atrás y ahora contempla los últimos juegos infantiles. Sin embargo, no es un mensaje de pesar, un aviso ominoso o una lección de sabidurÃa; parece más bien un conjunto de sugerencias evocadoras cuyo significado no resulta del todo claro: cantos a la exploración y el descubrimiento, salomas en los navÃos de la ciencia, chanzas cuánticas de proporciones astronómicas. Y, por alguna razón, ornitorrincos.
El mensaje necesita canal y decodificador, pero en el planeta azul los primates habilidosos no han desarrollado todavÃa una tecnologÃa tan sutil. Por ello el mensaje se afinca en un producto crudo y caótico basado en el carbono llamado «cerebro». Estos «cerebros» tienen la ventaja de ser muy abundantes, pero no todos sirven a los propósitos del mensaje. Tras una minuciosa catalogación, las voces de otrora encuentran la sintonÃa que necesitan en dos unidades aparentemente inservibles.
La unidad más lustrosa, identificativo «Pablo Chávarri», posee una especialización comunicativa a través de un artilugio externo con seis cuerdas tensadas y amplificadas (id. «guitarra»). La unidad más esponjosa, id. «Germán Ponte», vive aislado en una madriguera rodeado de pantallas parpadeantes e ingenios capaces de producir, grabar y mezclar todo tipo de sonidos. Entre los dos saben que algo raro está pasando y que ese algo proviene del espacio. A veces es jocoso y ligero; a veces grave y terrible; a veces viene poblado por sueños de conquista; otras veces se acurruca bajo la manta y pide mimos con voz lastimera. En cualquier caso, es inevitable; y sus manifestaciones deben encontrar un vehÃculo de expresión.
El resultado es tan desconcertante como el mensaje original; los oyentes que necesitan bautizarlo de alguna manera para hacerlo propio buscan entre un repertorio de etiquetas que parecen adecuadas pero no suficientes: «freak pop», «rock cientÃfico», «avant pop», «Canterbury agresivo», «arty pop-rock de carretera» y asà otras tantas. ¿Qué importan las palabras, sin embargo, siempre y cuando las orejas bien desplegadas puedan tener acceso al material primigenio?
Felices sueños.