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El guardagujas [Cuento. Texto completo] Juan José Arreola El forastero llegó sin aliento a la estación desierta. Su gran valija, que nadie quiso cargar, le habÃa fatigado en extremo. Se enjugó el rostro con un pañuelo, y con la mano en visera miró los rieles que se perdÃan en el horizonte. Desalentado y pensativo consultó su reloj: la hora justa en que el tren debÃa partir. Alguien, salido de quién sabe dónde, le dio una palmada muy suave. Al volverse el forastero se halló ante un viejecillo de vago aspecto ferrocarrilero. Llevaba en la mano una linterna roja, pero tan pequeña, que parecÃa de juguete. Miró sonriendo al viajero, que le preguntó con ansiedad:-Usted perdone, ¿ha salido ya el tren?-¿Lleva usted poco tiempo en este paÃs?-Necesito salir inmediatamente. Debo hallarme en T. mañana mismo.-Se ve que usted ignora las cosas por completo. Lo que debe hacer ahora mismo es buscar alojamiento en la fonda para viajeros -y señaló un extraño edificio ceniciento que más bien parecÃa un presidio.-Pero yo no quiero alojarme, sino salir en el tren.-Alquile usted un cuarto inmediatamente, si es que lo hay. En caso de que pueda conseguirlo, contrátelo por mes, le resultará más barato y recibirá mejor atención.-¿Está usted loco? Yo debo llegar a T. mañana mismo.-Francamente, deberÃa abandonarlo a su suerte. Sin embargo, le daré unos informes.-Por favor...-Este paÃs es famoso por sus ferrocarriles, como usted sabe. Hasta ahora no ha sido posible organizarlos debidamente, pero se han hecho grandes cosas en lo que se refiere a la publicación de itinerarios y a la expedición de boletos. Las guÃas ferroviarias abarcan y enlazan todas las poblaciones de la nación; se expenden boletos hasta para las aldeas más pequeñas y remotas. Falta solamente que los convoyes cumplan las indicaciones contenidas en las guÃas y que pasen efectivamente por las estaciones. Los habitantes del paÃs asà lo esperan; mientras tanto, aceptan las irregularidades del servicio y su patriotismo les impide cualquier manifestación de desagrado.-Pero, ¿hay un tren que pasa por esta ciudad?-Afirmarlo equivaldrÃa a cometer una inexactitud. Como usted puede darse cuenta, los rieles existen, aunque un tanto averiados. En algunas poblaciones están sencillamente indicados en el suelo mediante dos rayas. Dadas las condiciones actuales, ningún tren tiene la obligación de pasar por aquÃ, pero nada impide que eso pueda suceder. Yo he visto pasar muchos trenes en mi vida y conocà algunos viajeros que pudieron abordarlos. Si usted espera convenientemente, tal vez yo mismo tenga el honor de ayudarle a subir a un hermoso y confortable vagón.-¿Me llevará ese tren a T.?-¿Y por qué se empeña usted en que ha de ser precisamente a T.? DeberÃa darse por satisfecho si pudiera abordarlo. Una vez en el tren, su vida tomará efectivamente un rumbo. ¿Qué importa si ese rumbo no es el de T.?-Es que yo tengo un boleto en regla para ir a T. Lógicamente, debo ser conducido a ese lugar, ¿no es asÃ?-Cualquiera dirÃa que usted tiene razón. En la fonda para viajeros podrá usted hablar con personas que han tomado sus precauciones, adquiriendo grandes cantidades de boletos. Por regla general, las gentes previsoras compran pasajes para todos los puntos del paÃs. Hay quien ha gastado en boletos una verdadera fortuna...-Yo creà que para ir a T. me bastaba un boleto. MÃrelo usted...-El próximo tramo de los ferrocarriles nacionales va a ser construido con el dinero de una sola persona que acaba de gastar su inmenso capital en pasajes de ida y vuelta para un trayecto ferroviario, cuyos planos, que incluyen extensos túneles y puentes, ni siquiera han sido aprobados por los ingenieros de la empresa.-Pero el tren que pasa por T., ¿ya se encuentra en servicio?-Y no sólo ése. En realidad, hay muchÃsimos trenes en la nación, y los viajeros pueden utilizarlos con relativa frecuencia, pero tomando en cuenta que no se trata de un servicio formal y definitivo. En otras palabras, al subir a un tren, nadie espera ser conducido al sitio que desea.-¿Cómo es eso?-En su afán de servir a los ciudadanos, la empresa debe recurrir a ciertas medidas desesperadas. Hace circular trenes por lugares intransitables. Esos convoyes expedicionarios emplean a veces varios años en su trayecto, y la vida de los viajeros sufre algunas transformaciones importantes. Los fallecimientos no son raros en tales casos, pero la empresa, que todo lo ha previsto, añade a esos trenes un vagón capilla ardiente y un vagón cementerio. Es motivo de orgullo para los conductores depositar el cadáver de un viajero lujosamente embalsamado en los andenes de la estación que prescribe su boleto. En ocasiones, estos trenes forzados recorren trayectos en que falta uno de los rieles. Todo un lado de los vagones se estremece lamentablemente con los golpes que dan las ruedas sobre los durmientes. Los viajeros de primera -es otra de las previsiones de la empresa- se colocan del lado en que hay riel. Los de segunda padecen los golpes con resignación. Pero hay otros tramos en que faltan ambos rieles, allà los viajeros sufren por igual, hasta que el tren queda totalmente destruido.-¡Santo Dios!-Mire usted: la aldea de F. surgió a causa de uno de esos accidentes. El tren fue a dar en un terreno impracticable. Lijadas por la arena, las ruedas se gastaron hasta los ejes. Los viajeros pasaron tanto tiempo, que de las obligadas conversaciones triviales surgieron amistades estrechas. Algunas de esas amistades se transformaron pronto en idilios, y el resultado ha sido F., una aldea progresista llena de niños traviesos que juegan con los vestigios enmohecidos del tren.-¡Dios mÃo, yo no estoy hecho para tales aventuras!-Necesita usted ir templando su ánimo; tal vez llegue usted a convertirse en héroe. No crea que faltan ocasiones para que los viajeros demuestren su valor y sus capacidades de sacrificio. Recientemente, doscientos pasajeros anónimos escribieron una de las páginas más gloriosas en nuestros anales ferroviarios. Sucede que en un viaje de prueba, el maquinista advirtió a tiempo una grave omisión de los constructores de la lÃnea. En la ruta faltaba el puente que debÃa salvar un abismo. Pues bien, el maquinista, en vez de poner marcha atrás, arengó a los pasajeros y obtuvo de ellos el esfuerzo necesario para seguir adelante. Bajo su enérgica dirección, el tren fue desarmado pieza por pieza y conducido en hombros al otro lado del abismo, que todavÃa reservaba la sorpresa de contener en su fondo un rÃo caudaloso. El resultado de la hazaña fue tan satisfactorio que la empresa renunció definitivamente a la construcción del puente, conformándose con hacer un atractivo descuento en las tarifas de los pasajeros que se atreven a afrontar esa molestia suplementaria.-¡Pero yo debo llegar a T. mañana mismo!-¡Muy bien! Me gusta que no abandone usted su proyecto. Se ve que es usted un hombre de convicciones. Alójese por lo pronto en la fonda y tome el primer tren que pase. Trate de hacerlo cuando menos; mil personas estarán para impedÃrselo. Al llegar un convoy, los viajeros, irritados por una espera demasiado larga, salen de la fonda en tumulto para invadir ruidosamente la estación. Muchas veces provocan accidentes con su increÃble falta de cortesÃa y de prudencia. En vez de subir ordenadamente se dedican a aplastarse unos a otros; por lo menos, se impiden para siempre el abordaje, y el tren se va dejándolos amotinados en los andenes de la estación. Los viajeros, agotados y furiosos, maldicen su falta de educación, y pasan mucho tiempo insultándose y dándose de golpes.-¿Y la policÃa no interviene?-Se ha intentado organizar un cuerpo de policÃa en cada estación, pero la imprevisible llegada de los trenes hacÃa tal servicio inútil y sumamente costoso. Además, los miembros de ese cuerpo demostraron muy pronto su venalidad, dedicándose a proteger la salida exclusiva de pasajeros adinerados que les daban a cambio de esa ayuda todo lo que llevaban encima. Se resolvió entonces el establecimiento de un tipo especial de escuelas, donde los futuros viajeros reciben lecciones de urbanidad y un entrenamiento adecuado. Allà se les enseña la manera correcta de abordar un convoy, aunque esté en movimiento y a gran velocidad. También se les proporciona una especie de armadura para evitar que los demás pasajeros les rompan las costillas.-Pero una vez en el tren, ¡está uno a cubierto de nuevas contingencias?-Relativamente. Sólo le recomiendo que se fije muy bien en las estaciones. PodrÃa darse el caso de que creyera haber llegado a T., y sólo fuese una ilusión. Para regular la vida a bordo de los vagones demasiado repletos, la empresa se ve obligada a echar mano de ciertos expedientes. Hay estaciones que son pura apariencia: han sido construidas en plena selva y llevan el nombre de alguna ciudad importante. Pero basta poner un poco de atención para descubrir el engaño. Son como las decoraciones del teatro, y las personas que figuran en ellas están llenas de aserrÃn. Esos muñecos revelan fácilmente los estragos de la intemperie, pero son a veces una perfecta imagen de la realidad: llevan en el rostro las señales de un cansancio infinito.-Por fortuna, T. no se halla muy lejos de aquÃ.-Pero carecemos por el momento de trenes directos. Sin embargo, no debe excluirse la posibilidad de que usted llegue mañana mismo, tal como desea. La organización de los ferrocarriles, aunque deficiente, no excluye la posibilidad de un viaje sin escalas. Vea usted, hay personas que ni siquiera se han dado cuenta de lo que pasa. Compran un boleto para ir a T. Viene un tren, suben, y al dÃa siguiente oyen que el conductor anuncia: "Hemos llegado a T.". Sin tomar precaución alguna, los viajeros descienden y se hallan efectivamente en T.-¿PodrÃa yo hacer alguna cosa para facilitar ese resultado?-Claro que puede usted. Lo que no se sabe es si le servirá de algo. Inténtelo de todas maneras. Suba usted al tren con la idea fija de que va a llegar a T. No trate a ninguno de los pasajeros. Podrán desilusionarlo con sus historias de viaje, y hasta denunciarlo a las autoridades.-¿Qué está usted diciendo?En virtud del estado actual de las cosas los trenes viajan llenos de espÃas. Estos espÃas, voluntarios en su mayor parte, dedican su vida a fomentar el espÃritu constructivo de la empresa. A veces uno no sabe lo que dice y habla sólo por hablar. Pero ellos se dan cuenta en seguida de todos los sentidos que puede tener una frase, por sencilla que sea. Del comentario más inocente saben sacar una opinión culpable. Si usted llegara a cometer la menor imprudencia, serÃa aprehendido sin más, pasarÃa el resto de su vida en un vagón cárcel o le obligarÃan a descender en una falsa estación perdida en la selva. Viaje usted lleno de fe, consuma la menor cantidad posible de alimentos y no ponga los pies en el andén antes de que vea en T. alguna cara conocida.-Pero yo no conozco en T. a ninguna persona.-En ese caso redoble usted sus precauciones. Tendrá, se lo aseguro, muchas tentaciones en el camino. Si mira usted por las ventanillas, está expuesto a caer en la trampa de un espejismo. Las ventanillas están provistas de ingeniosos dispositivos que crean toda clase de ilusiones en el ánimo de los pasajeros. No hace falta ser débil para caer en ellas. Ciertos aparatos, operados desde la locomotora, hacen creer, por el ruido y los movimientos, que el tren está en marcha. Sin embargo, el tren permanece detenido semanas enteras, mientras los viajeros ven pasar cautivadores paisajes a través de los cristales.-¿Y eso qué objeto tiene?-Todo esto lo hace la empresa con el sano propósito de disminuir la ansiedad de los viajeros y de anular en todo lo posible las sensaciones de traslado. Se aspira a que un dÃa se entreguen plenamente al azar, en manos de una empresa omnipotente, y que ya no les importe saber adónde van ni de dónde vienen.-Y usted, ¿ha viajado mucho en los trenes?-Yo, señor, sólo soy guardagujas1. A decir verdad, soy un guardagujas jubilado, y sólo aparezco aquà de vez en cuando para recordar los buenos tiempos. No he viajado nunca, ni tengo ganas de hacerlo. Pero los viajeros me cuentan historias. Sé que los trenes han creado muchas poblaciones además de la aldea de F., cuyo origen le he referido. Ocurre a veces que los tripulantes de un tren reciben órdenes misteriosas. Invitan a los pasajeros a que desciendan de los vagones, generalmente con el pretexto de que admiren las bellezas de un determinado lugar. Se les habla de grutas, de cataratas o de ruinas célebres: "Quince minutos para que admiren ustedes la gruta tal o cual", dice amablemente el conductor. Una vez que los viajeros se hallan a cierta distancia, el tren escapa a todo vapor.-¿Y los viajeros?Vagan desconcertados de un sitio a otro durante algún tiempo, pero acaban por congregarse y se establecen en colonia. Estas paradas intempestivas se hacen en lugares adecuados, muy lejos de toda civilización y con riquezas naturales suficientes. Allà se abandonan lores selectos, de gente joven, y sobre todo con mujeres abundantes. ¿No le gustarÃa a usted pasar sus últimos dÃas en un pintoresco lugar desconocido, en compañÃa de una muchachita?El viejecillo sonriente hizo un guiño y se quedó mirando al viajero, lleno de bondad y de picardÃa. En ese momento se oyó un silbido lejano. El guardagujas dio un brinco, y se puso a hacer señales ridÃculas y desordenadas con su linterna.-¿Es el tren? -preguntó el forastero.El anciano echó a correr por la vÃa, desaforadamente. Cuando estuvo a cierta distancia, se volvió para gritar:-¡Tiene usted suerte! Mañana llegará a su famosa estación. ¿Cómo dice que se llama?-¡X! -contestó el viajero.En ese momento el viejecillo se disolvió en la clara mañana. Pero el punto rojo de la linterna siguió corriendo y saltando entre los rieles, imprudente, al encuentro del tren.Al fondo del paisaje, la locomotora se acercaba como un ruidoso advenimiento.FIN
A la izquierda del padre, Trainspotting, Kolia ,El octavo Dia, De frente al abismo, Bailando en la oscuridad, Rompiendo las olas, Las memorias de Antonia, Amelie, Bicho de siete cabezas, ciudades oscuras, un lugar en el mundo, Kronos,EL principe de la calle, Las tortugas pueden volar, Koktebel, La eternidad y un dia,Kolya,4 dias en septiembre,el ojo, Nuestra musica, Elogio de amor,La última tentación de Cristo,Las bodas de dios, etc,etc.
Casa tomada [Cuento. Texto completo] Julio Cortázar Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podÃan vivir ocho personas sin estorbarse. HacÃamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las ultimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodÃa, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mà se me murió MarÃa Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogÃa asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos morirÃamos allà algún dÃa, vagos y esquivos primos se quedarÃan con la casa y la echarÃan al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearÃamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del dÃa tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejÃa tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era asÃ, tejÃa cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mÃ, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejÃa un chaleco y después lo destejÃa en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenÃa fe en mi gusto, se complacÃa con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerÃas y preguntar vanamente si habÃa novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina.Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un dÃa encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercerÃa; no tuve valor para preguntarle a Irene que pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenÃa el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mà se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte más retirada, la que mira hacia RodrÃguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde habÃa un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abrÃa la cancel y pasaba al living; tenÃa a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducÃa a la parte más retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y mas allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podÃa girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a la cocina y el baño. Cuando la puerta estaba abierta advertÃa uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivÃamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca Ãbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es increÃble cómo se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento después se deposita de nuevo en los muebles y los pianos.Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venÃa impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oÃ, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traÃa desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la pared antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrà el gran cerrojo para más seguridad.Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo.Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.-¿Estás seguro?AsentÃ.-Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que me tejÃa un chaleco gris; a mà me gustaba ese chaleco.Los primeros dÃas nos pareció penoso porque ambos habÃamos dejado en la parte tomada muchas cosas que querÃamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros dÃas) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.-No está aquÃ.Y era una cosa más de todo lo que habÃamos perdido al otro lado de la casa.Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose tardÃsimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: mientras yo preparaba el almuerzo, Irene cocinarÃa platos para comer frÃos de noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre.Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papá, y eso me sirvió para matar el tiempo. Nos divertÃamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decÃa:-Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol?Un rato después era yo el que le ponÃa ante los ojos un cuadradito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decÃa que mis sueños consistÃan en grandes sacudones que a veces hacÃan caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenÃan el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oÃamos respirar, toser, presentÃamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De dÃa eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos ponÃamos a hablar en vos más alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitÃamos allà el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponÃa callada y a media luz, hasta pisábamos despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.)Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejÃa) oà ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oÃan más fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oÃa nada.-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdÃan debajo. Cuando vio que los ovillos habÃan quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútilmente.-No, nada.Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos asà a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.
Rayuela (Cortazar), Viaje al fin de la noche (Ferdinad Celine), Tropico de Cancer (Miller), Cien años de soledad(Garcia MArquez), La insoportable levedad del ser(Kundera), El luto Humano(Revueltas), Todos los de Ibarguengoitia, El muro (Sartre), El perseguidor (Cortazar),El señor de las moscas (Golding),etc, etc,