El hombre del tiempo. Lo recuerdo sentado en un rincón, justo en ese momento en que estoy a punto de cruzar al otro lado, ese donde no dan bofetadas y si las dan, sabes que despertarás y que no dolerán. Lo recuerdo con una capa, dice que para protegerse de los que vienen de fuera como yo. Yo me pregunto qué es venir de fuera, qué es de fuera, pero no se lo digo. Ya no tiene varita, creo que ya no puede detener nada. Me acerco a él, quiero sentarme en sus rodillas y pedirle por favor que detenga el tiempo, sólo el nuestro. Lo hago pero me dice que ya no puede y desaparece. Corro detrás de una estela, la que va dejando a cada paso, pero no puedo tocarlo siquiera. El tiempo va pasando. Yo sigo corriendo. Entonces entiendo que el tiempo sólo se detiene cuando juntamos nuestros labios, nuestras lenguas y cerramos los ojos. Y eso él nunca puede controlarlo.