Como una red de arterias temblorosas, hermético sistema de eslabones que apenas se apresura o se retarda según la intensidad de su deleite; abstinencia angustiosa que presume el dolor y no lo crea, que escucha ya en la estepa de sus tÃmpanos retumbar el gemido del lenguaje y no lo emite; que nada más absorbe las esencias y se mantiene asÃ, rencor sañudo, una, exquisita, con su dios estéril, sin alzar entre ambos la sorda pesadumbre de la carne, sin admitir en su unidad perfecta el escarnio brutal de esa discordia que nutren vida y muerte inconciliables, siguiéndose una a otra como el dÃa y la noche, una y otra acampadas en la célula como en un tardo tiempo de crepúsculo, ay, una nada más, estéril, agria, con Él, conmigo, con nosotros tres; como el vaso y el agua, sólo una que reconcentra su silencio blanco en la orilla letal de la palabra y en la inminencia misma de la sangre.