AK-47

Una Historia.Muchos dicen que lo más difícil de escribir una historia, es saber desde donde empezar, o más bien ¿cómo empezar? Por eso algunos recurren al tradicional “había una vez…” otros “en un lugar llamado…” y los más ingeniosos comienzan con un nombre, una fecha o comentando una acción decidora. Pero como esta no es cualquier historia, no podrá partir desde ninguno de esos lugares. Esta es la historia que cada uno de nosotros debiera contarse a sí mismo, es la que nos debemos como si fuera una obligación moral el tener que mirarnos en un espejo y reconocernos en nuestras propias formas, en ese camino inquieto y muchas veces disperso que ya hemos empezado a recorrer desde hace algunos años. Esta es la historia de los AK-47, cuya invitación a trazarla en palabras gustosamente he aceptado. Porque también es parte de mi historia, porque sé que también es un fragmento de la tuya y que es en general la de los hijos de este pueblo pobre.Las Coordenadas.Dicen que toda historia tiene un tiempo y un espacio donde se desarrolla, pues bien, respetando esas coordenadas tendremos que echar nuestra mirada sobre la espalda y volver a pararnos hace unos diez años atrás, sí, precisamente a fines de la década recién pasada en tiempos en que la cultura hip-hop vivía uno de sus momentos de mayor explosión y expansión entre las vidas de los jóvenes que en esos años se vistieron de ancho, destaparon sus plumones linternas para grabar sus nombres propios en las murallas y comenzaron a descubrir las rimas que se alzaban sobre los sonidos de un bombo y una caja. Fueron los pasos de ellos los que inundaron los pasajes angostos de nuestras poblaciones y que poco a poco comenzaron a diseñar el sendero sobre el que hoy día estamos parados. Si me preguntan por el espacio, deberé responder con la dignidad erguida del poblador, que no fue otro sino el de la población. Que este camino se fue construyendo en medio de casas de madera con patios de tierra, ancladas en algún pasaje con olor a clase. Que algunos de ellos venían de nuestra tan preciada “Villa Francia” y que crecieron escuchando las historias del Eduardo, del Rafa, del Pablo, del Chaquita, del Miguel Leal, que vieron la rojinegra pasar más de alguna vez por fuera de sus casas y que conocieron como ningunos las noches encendidas de rabia y memoria. Pero también debo contarles que había otro que caminaba por las calles de tonos pálidos que se yerguen más atrás de la Templo de Maipú; que desde la “San Luis 4”, esa población mandada a construir en los últimos años del dictador pero entregada con los colores de la traicionada alegría, igualmente hubo uno que descubrió en el hip-hop su mayor arma. A él no le hablaron de los desaparecidos, ni conocía a los caídos en la lucha, no supo de las historias de poder popular, ni de cuando los más valientes tomaron los fierros para no seguir esperando que otros llegaran a protegerlos. Sino que le contaron el cuento de la transición, de la reconciliación nacional (como si a pobres y ricos nos uniera una simple bandera). Vivió como muchos de nosotros, en una periferia a la que le negaron la memoria, en la que instalaron nombres desconocidos y muchas veces sin sentido en los carteles de las calles por las que cada día había que pasar. Cabe que nos preguntemos entonces ¿dónde se cruzan entonces estas vidas? ¿dónde toman forma y definición en los sonidos del rap? Hoy parece indiscutible asumir que el sello que le imprimió AK-47 a sus creaciones fue el de construir una rima transgresora, extremadamente sincera en el lenguaje político pero con una carga callejera tan significativa que permitió generar una armonía poco conocida hasta el momento. Hacia el año 2000-2001 no era precisamente “Panteras Negras” lo que más sonaba en la escena del hip-hop nacional, sino que eran los grupos seducidos por grandes sellos multinacionales los que hacían que el rap ampliara sus fronteras cada vez más. En consecuencia, el haber hecho esta apuesta tan agresiva de un canto político pero con choreza (como me dijo uno de ellos alguna vez) siento que fue lo que sintetizó la propuesta político/musical de los Ak-47. Y nada de esto podríamos entender si no intentamos leer el lenguaje simbólico de la ciudad. Dos poblaciones, dos mundos separados por la distancia física, pero unidos por el mismo sentido: un pobre sabe reconocerse en otro siempre. Si la San Luis y la Villa Francia no se hubieran sintetizado en AK-47 no hubiera existido ese canto de choreza con olor a pueblo.
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