About Me
Nacà en el barrio de Mataderos, el 11 de enero de 1962. Nardo (mi viejo), era colectivero (pero le gustaba que dijeran “chofer de larga distanciaâ€) y Lucy (mi vieja) era, en ese entonces, una chica que habÃa venido del campo para casarse (hermana de un compañero de laburo de mi viejo).
Vivà mis primeros años en la casa de mis abuelos y, luego, nos mudamos a Lomas de Mariló, en la zona oeste del conurbano.
Tengo recuerdos borrosos de esos primeros años en “el lejano oesteâ€, poblados de miedos nocturnos, ante la ausencia de mi viejo, de viaje, trancando las puertas con la mesa de la cocina, metiendo nuestro perro adentro de la casa, a medio construir; y mañanas soleadas, muy brillantes, a veces llenas de escarcha.
Una de esas mañanas, cuando tenÃa cuatro años, él (mi papá), apareció con la primera guitarra. Era de tamaño normal, pero yo no, asà que hubo que cambiarla por una más chica.
Al toque, mi viejo averiguó en un conservatorio de la ciudad de San Miguel si aceparÃan inscribir un niño tan pequeño, a lo que respondieron: “… debe saber leer y escribirâ€. He aquà una de las ventajas de estar tanto tiempo solos con ella (mi vieja), me habÃa enseñado esas cuestiones.
Al poco tiempo, en el conservatorio me habÃan adoptado como una especie de “mascota†(deberÃa ser un enano insoportable, seguramente).
Mi maestra de guitarra, se llamaba Alicia EcheverrÃa (Licha), de quien yo estaba enamorado. Su madre, Ethel Peluffo, fue quien me enseñó a leer música.
Debo decir, también, que, durante un tiempo que no puedo precisar, mi vieja estudió, junto conmigo, para poder ayudarme. De hecho, aún tengo por ahÃ, un cuaderno en el que ella copiaba las letras de las canciones que luego yo (y ella también) cantábamos y tocábamos.
No voy a profundizar en los detalles de mi infancia, que fue muy feliz, por cierto, sólo mencionaré que, gracias a que en los actos escolares tocaba “la violaâ€, mis maestras tenÃan ciertas contemplaciones con mi rendimiento en clase.
Recuerdo, también, la afición de mi viejo por la música.
Le gustaba cantar algún tanguito en los asados o reuniones y, siempre, orgulloso, presentaba al hijo que tocaba la guitarra (o sea, yo). Cosa que yo odiaba, sobre todo, cuando al minuto o minuto y medio de mi “brillante conciertoâ€, la gente se distraÃa y empezaban a conversar. Gajes del oficio.
Estudié en San Miguel más de diez años y, al “recibirmeâ€, con sólo catorce o quince años, una de mis maestras me consiguió un puesto de profesor en una escuela de danzas, en la que también se enseñaba guitarra, obvio (mis dotes de bailarÃn no eran correctamente valoradas, por ese entonces), donde habÃa más de cuarenta alumnos de todas las edades y pelajes.
Recuerdo el miedo que me daba ir a ese lugar, en el que la mayorÃa de mis alumnos eran mayores que yo que, además, nunca habÃa enseñado; pero, a pesar de todo, trabajé ahà muchos años, tuve muchos alumnos y aprendà a, por lo menos, perderle el miedo a la enseñanza y, no sólo eso, ahà comprendà muchas cuestiones que, cuando tuve que estudiarlas, incorporé sólo de una manera superficial.
A los diecinueve años, ingresé en el Conservatorio Julián Aguirre, de Morón. Ahà tuve como maestros a Tzvetan Saveb y a Lucio Núñez, quienes, cada uno a su tiempo, se encargaron de corregir muchas de mis falencias técnicas y me enseñaron a interpretar profundamente el repertorio guitarrÃstico.
En esa época, fue que empecé a tocar, además del repertorio clásico, bastante música popular.
En realidad, desde hacÃa un tiempo, con unos amigos del barrio, tocábamos música cuyana, tangos y algo de bossa nova.
La experiencia fue muy movilizante para mi, de hecho, por ese entonces, junto con los hermanos César y Tato Angeleri, junto a Héctor BarrÃa, fundamos Santaires, (grupo que aún integro).
Fue Héctor BarrÃa que me hizo continuar mis estudios en el Conservatorio Juan J Castro, de la Lucila, con la concertista Irma Costanzo.
A esa altura de los acontecimientos, transitaba paralelamente el camino de la música “popular†y la música “cultaâ€, disfrutando de ambas y sintiéndolas una misma cosa.
Santaires fue mi puerta de entrada al campo profesional de la música, ya que, a partir de ahÃ, tuve oportunidad de acompañar a un sinnúmero de cantantes, hacer arreglos, grabar y, sobre todo, aprender el oficio del guitarrista popular.
Luego estudié improvisación con Javier Cohen y Armando Alonso; ArmonÃa y Orquestación con Manolo Juárez , Daniel Jáuregui y Lito Valle.
Pues bien, habiendo andado mucho, el tiempo me dio la posibilidad de formar parte del Quinteto Ventarrón, junto a grandes guitarristas, como Gustavo Margulies, Néstor Basurto y el mismo César Angeleri (es una pesadilla que me persigue), además del contrabajista Marcos Ruffo; con quienes, además de haber logrado ocupar un lugar importante en la historia de la guitarra en el tango, pudimos realizar varias giras, lo que me permitió conocer lugares tan bellos como lejanos.
Hace unos años, junto a Juan Falú, fundamos El Guitarrazo, que, luego, con el aporte de mi colega y amigo Román Giúdice y del guitarrista Eduardo Tacconi, se convirtió en Orquesta Escuela de Guitarras. Un ámbito en el que siento devolver, aunque sea en una pequeña parte, todo lo que la música y, más precisamente, la guitarra, me han dado.
Me dedico a la docencia desde adolescente, habiendo transitado por diversas metodologÃas de enseñanza a partir de la experiencia y puedo decir que he ido aprendiendo a enseñar, o, también, aprendiendo junto con mis alumnos. Siempre he tratado de volcar en la enseñanza la experiencia de la práctica y sé que, a esta altura de los acontecimientos, el camino recorrido constituye, por sà mismo, un capital y un fundamento invalorables.
Para terminar, sólo quiero remarcar mi sentimiento de gratitud hacia todos mis maestros, algunos de los cuáles he nombrado en este embarullado recorrido por mi historia “contableâ€, y otros que, sin proponérselo, también me han enseñado mucho de la música y de la vida.Ojalá les guste…Roberto