Nuestro Ideario
Errico Malatesta
No vamos a
repetir nada nuevo. La propaganda no es y no puede ser más que la repetición
continua,
incansable, de aquellos
principios que deben servirnos de guÃa en la conducta que hemos de seguir en las
varias contingencias de la
vida.
Expondremos,
pues, con palabras más o menos diferentes, pero con un fondo constante, nuestro
socialismo-anarquista
revolucionario.
Creemos que la
mayor parte de los males que afligen a los hombres dependen de la mala
organización
social y que los hombres,
queriendo y sabiendo, pueden destruirlos.
La sociedad
actual es el resultado de las luchas seculares libradas por los hombres. No
comprendiendo las
ventajas que podÃan haber
obtenido de la cooperación y de la solidaridad, viendo en todos sus semejantes
-excepto en los más cercanos a
ellos por el vÃnculo de la sangre- competidores y nada más que
competidores, cuando no
enemigos, han procurado acaparar, cada uno para sÃ, la mayor cantidad posible
de goces sin preocuparse del
interés de los demás.
Dada esta lucha,
naturalmente, debÃan salir vencedores los más fuertes o los más afortunados,
sometiendo y oprimiendo a los
vencidos de modos diversos y múltiples.
Mientras el
hombre no fue capaz de producir sino lo que necesitaba para su sostén, los
vencedores no
pudieron hacer otra cosa que
matar al vencido y apoderarse de los productos por éste cosechados.
Más tarde,
cuando con el descubrimiento del pastoreo y de la agricultura un hombre pudo ya
producir
más de lo que necesitaba para
vivir, los vencedores encontraron más ventajas en reducir a los vencidos a
la esclavitud y hacerles
producir para ellos, para sus dueños.
Más tarde aún,
los vencedores se dieron cuenta de que era más cómodo, más productivo y más
seguro
explotar el trabajo ajeno con
otro sistema: el de retener la propiedad exclusiva de la tierra y de todos los
medios de trabajo y dejar
nominalmente libres a los despojados, los cuales, no teniendo ya medios para
vivir, se veÃan obligados a
recurrir a los propietarios y a trabajar para éstos en las condiciones que éstos
imponÃan.
De este modo,
poco a poco, gradualmente, a través de una red complicadÃsima de luchas de todo
género
-invasiones, guerras,
rebeliones, represiones, concesiones arrancadas, asociaciones de vencidos unidos
para la defensa y de
vencedores unidos para la ofensa- se ha llegado al estado actual de la sociedad,
en el
cual unos cuantos hombres
poseen hereditariamente la tierra y toda la riqueza social, mientras la gran
mayorÃa de los individuos,
desheredada de todo, se ve oprimida y explotada.
De este estado
de cosas depende la situación miserable en que generalmente se encuentran los
trabajadores y, además, todos
los males que de la miseria se derivan: ignorancia, delitos, prostitución,
miseria fÃsica, abnegación
moral y muertes prematuras. De este estado de cosas depende la constitución
de una clase especial -el
gobierno- que, provista de medios materiales de represión, tiene la misión de
legalizar y defender a los
propietarios contra las reivindicaciones de los proletarios, sirviéndose además
de
esta fuerza para crearse para
sà ciertos privilegios y para someter, cuando puede, hasta a la misma clase
propietaria. De este estado de
cosas depende que otra clase -el clero- se haya convertido en la ayuda más
eficaz para la perpetuación de
la injusticia, ya que procura persuadir a los oprimidos para que soporten
dócilmente al opresor,
trabajando de paso, como la clase gubernamental, al propio tiempo que por el
interés de los propietarios,
por sus propios intereses. De este estado de cosas depende la formación de
una ciencia oficial que es, en
todo aquello que puede servir al interés de los dominadores, la negación de
la verdadera ciencia. De este
estado de cosas depende el espÃritu patriótico, los odios de raza, las guerras
y la paz armada, más
desastrosa que todas las guerras. De este estado de cosas depende el amor
convertido en tormento o en
objeto vil de mercado. De este estado de cosas depende el odio más o
menos intenso, la rivalidad,
la desconfianza, la incertidumbre y el miedo que reina en las relaciones de
todos los hombres.
Este estado de
cosas es el que nosotros, anarquistas, queremos cambiar radicalmente. Puesto que
todos
esos males que hemos
mencionado son consecuencia de la lucha entre los hombres, de esa búsqueda del
bienestar individual efectuada
por cuenta propia y contra todos, queremos remediarlos sustituyendo al
odio con el amor, a la
competencia con la solidaridad, a la búsqueda exclusiva del propio bienestar con
la
cooperación fraterna para el
bienestar de todos, a la opresión y la imposición con la libertad, a la mentira,
cualquiera que sea su Ãndole,
religiosa o seudocientÃfica, con la verdad.
Para realizar ese cambio, creemos preciso proceder a:
1. Abolición de
la propiedad privada de la tierra, de las materias primas y de los instrumentos
de trabajo,
con el fin de que nadie pueda
tener el modo de vivir explotando el trabajo ajeno y de que, teniendo todos
los hombres garantizados los
medios de producir y de vivir, puedan ser verdaderamente independientes y
puedan asociarse con los demás
libremente, conforme a las propias simpatÃas y con el propósito de
colaborar en el interés de
todos.
2. Abolición del
gobierno y de todo poder que pueda dictar leyes e imponerlas a los demás, es
decir
abolición de las monarquÃas,
de las repúblicas, de los parlamentos, de los ejércitos, de los policÃas, de las
magistraturas y de todas las
demás instituciones dotadas de medios coercitivos.
3. Organización
de la vida social mediante la obra de asociaciones libres, de federaciones de
productores
y de consumidores, hechas y
edificadas a tenor de la voluntad de sus componentes, guiados por la ciencia
y la experiencia y libres de
toda imposición que no derive de las necesidades naturales, a las cuales,
vencido el hombre por el
sentimiento de la misma necesidad inevitable, voluntariamente se somete.
4. Garantizar,
señaladamente, los medios de vida, desarrollo y bienestar de los niños y de
todos los que
no estén en estado de proveer
a sus necesidades.
5. Hacer la
guerra a todas las mentiras, aunque se oculten bajo el manto de la ciencia y
procurar la
instrucción cientÃfica, hasta
en su más elevado grado, para todos los hombres.
6. Acabar con el
patriotismo, aboliendo las fronteras y trabajando por la confraternización de
todos los
pueblos.
7. Reconstituir
la familia de modo que resulte de la práctica del amor, libre de todo vÃnculo
legal, de toda
opresión económica o fÃsica,
de todo prejuicio religioso.
Estos son los remedios que ofrece nuestro ideal. Estos son los remedios que deseamos ver realizados.
Pero no basta
con desear una cosa. Si verdaderamente se quiere obtenerla, es necesario emplear
los
medios adecuados para su
realización. Estos medios existen, sin duda, y no son, de ningún modo,
arbitrarios. Se derivan,
naturalmente, del fin a que se tiende y de las circunstancias en las que se
lucha, de
modo que, si no nos engañamos
en su elección, llegaremos a los fines que nos proponemos. Si llegamos a
otro fin, opuesto al que
deseamos, ello obedecerá, como consecuencia natural, necesariamente a que los
medios escogidos no eran los
adecuados. El que se pone en camino y se equivoca, no va adonde quiere,
sino allà donde conduce el
camino que recorre.