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HabÃa una vez una mujer, su mirada era melancólica pero esperanzadora. Habitaba en un paraje de arenas blancas y montañas de sal. Era solitaria entre los hombres e incluso hay quienes podrÃan decir que su andar era triste, cuando recorrÃa las playas desiertas para contemplar el mar y cantar a coro con la espuma. Bailaba con dicha en los festivales del puerto y su danza era como el canto de las sirenas que se estrella contra las rocas en un canto desesperado, pero poseedor de la más sublime belleza. Algunos hombres posaban sus ojos sobre ella, pero nadie era capaz de mirar directamente a sus ojos. Sobre su mirada se escribieron mil canciones y su sonrisa dio nombre a las tormentas, pero aún entonces su baile era solitario pues de entre los navegantes no habÃa nadie capaz de amarla. Sus manos de marino, demasiado acostumbradas a hacer nudos y dirigir barcos, eran toscas y torpes sobre la suave piel habituada a las caricias del viento y la marea. Sus oÃdos acostumbrados a las palabras obscenas y los truenos de huracán no sabÃan entenderla, sus mentes turbias de alcohol y mujeres vulgares de cantina, eran demasiado mortales para medir su eternidad. Ella encontraba consuelo en las cosas simples y sublimes, como el coral y los rayos del sol; disfrutaba de la noche y sus misterios; además, cuentan que poseÃa el lenguaje secreto de los delfines. Una noche, después de haber creÃdo en las promesas de amor de un apuesto navegante, se vio abandonada sin respuesta al marcharse él en busca de una pasión en lejanas tierras. Sentada en un viejo muelle contribuÃa a la inmensidad del mar con un par de lágrimas secretas destiladas por su corazón roto. Escuchó un lejano sollozo, como si el océano, en su infinita paciencia, abriera su profundidad para responder al silencioso misterio de su soledad. Y en efecto, las aguas revelaban una silueta bajo la luz de luna que avanzaba lentamente hacia ella, el aire se impregnó del agradable aroma de las algas.
- ¿Quién eres tú? – preguntó la joven limpiándose las lágrimas con las mangas de su vestido blanco.
- Soy el mar y la oscuridad, soy un sueño terrible e incomprensible, soy la furia que devora navÃos y la dulce brisa que refresca a los amantes por las noches – respondió el joven pálido y sombrÃo con una voz que era al mismo tiempo, viento y trueno.
- ¿A qué has venido?
El dios marino l miró unos momentos en silencio antes de responder; finalmente se sentó a su lado caminando sobre la aguas, y clavó en ella su mirada. La joven pudo reconocer en esos ojos todos los tonos de verde, azul y gris que jamás hubiera contemplado sobre las olas, incluso el cobre rojizo del atardecer destellaba dentro de ellos cuando sus palabras subÃan de intensidad.
He venido a contarte un secreto y a salvarte de la soledad que te consume. Tú, mi dulce niña, naciste del mar como la marea y te elevas sobre los delfines profunda y misteriosa. SÃ, también eres soledad, pero soledad de luna entre estrellas, conoces el lenguaje de las hadas y de ellas provienen tus dones. Eres el canto silencioso del colibrÃ, tienes la magia de los gatos que juegan con las sombras. Tu sonrisa siempre será una promesa del amanecer y una bendición para los que como yo, elegimos el exilio de los hombres. Por esto, jamás mortal alguno compartirá tu destino, ya que no eres como ellos, perteneces a una raza antigua y maravillosa que inspiró a los poetas, a los humanos ávidos de sueños y deseos, a los que se empeñan en poseer todo aquello que es inalcanzable, pero al despertar olvidan y prefieren entregarse a lo mundano frente a lo maravilloso, para no ver dañado su orgullo ante lo sublime que les muestra su verdadera dimensión. Y tú, mujer, eres un sueño que perdà hace años, perfecta y divina, como el recuerdo de un amor perdido, pero no para ser apreciada por ojos mortales.
Lo que dijeron después pertenece solo a sus oÃdos, pero cuentan algunos pescadores que una mañana de diciembre, vieron una pareja tomada de la mano perderse caminando sobre las olas del mar rumbo al horizonte. Ella era un ángel, una sirena o una ninfa, no lograban ponerse de acuerdo. Todos la recordaban como alguien familiar pero no podÃan ubicar su rostro, como durmientes que en vigilia intentan revivir sus sueños. Él era un dios oscuro con alas de rayo de luna, que a pesar de lo temible de su presencia sonreÃa mientras charlaba con la diosa y movÃa las manos animadamente para invocar peces voladores y toda clase de prodigios.
Desde entonces no se les ha visto jamás, pero todas las niñas del pueblo acuden una vez en su vida al viejo muelle, donde alguna vez una doncella confesó sus tristezas al mar, para entregar ofrendas y collares de coral a la diosa del mar, para que arrastre hasta el puerto a hombres maravillosos para casarse con ellos y procrear hijos hermosos. Además, el señor de los océanos aplacó su furia sobre los pescadores, ya no fueron necesarias las tormentas que azotaban los puertos con sal. Por fin habÃa recuperado a su amada!!!Cuento "Ojos de Sal" del libro "Nunca Nada" de Adrián Gallardo :)