Soy casi un aspirante a director de cortometrajes de poca monta. Participo con cierta frecuencia en proyectos audiovisuales. He desempeñado cargos de lo más variopinto: desde sujeta-cables hasta preparador de cafés pasando por responsable de fotocopias e imperdibles. ¡Ah! y en ocasiones ayudante de dirección o montador. Eso sÃ, lo que se dice dirigir yo... en fin, aún estoy preparando mi primer proyectillo. Veremos lo que sale, si es que algún dÃa sale algo.
Mientras, cobarde de mÃ, dejo de lado mi frustrada carrera cinematográfica, me dedico a hacer cosas de lo más inconexo. Trabajo de programador, estudio música, participo tanto como puedo en actividades sociales, escribo en la que es probablemente, la web más aburrida de todo Internet y, porqué no, intento sacarme la carrera de fÃsica.
El epitafio de Rigoberto
Rigoberto siempre quiso elaborar una frase célebre. De todos los objetivos que uno se puede plantear en la vida, éste es de los más sanos, se decÃa. Las frases cambian el mundo, pensaba a veces. Él sabÃa que no era cierto. SabÃa que las buenas frases sólo resumen ideas más amplias. Una frase célebre sin una idea más amplia detrás es como una cáscara de plátano sin plátano, un mero envoltorio, una cáscara. Pero a él nunca le disgustaron los envases.
No querÃa ser filósofo, ni escritor, ni profesor, todas esas ideas le parecÃan muy aburridas. Él no querÃa revolucionar el mundo con una nueva reflexión. Le daba igual si las frases que le salÃan empaquetaban ideas de otros autores. Le habrÃa dado igual, incluso, que sus frases no transmitiesen idea alguna. Su verdadero objetivo era la musicalidad misma. Una frase célebre que no es musical, tampoco es célebre, aseguraba. Para él lo importante era que las frases tuviesen gancho, no mensaje. Si Descartes triunfó con pienso luego existo, es que el mensaje es lo de menos, se decÃa para convencerse a sà mismo.
Llevaba ya varios años con la maldita obsesión de parir una frase musical y todos los dÃas acababa escribiendo las mismas insignificancias. Mira en torno a ti, y verás tu entorno, escribió hace unos dÃas. SabÃa que sus frases eran muy malas pero confiaba en que el trabajo constante acabarÃa por descubrir su lado creativo. Sólo una cosa le aterraba en este mundo, y era morir sin dejar una buena frase como legado. Por eso no faltaba ni un dÃa a su cita con el papel, el lápiz y las palabras. Una frase son sólo palabras, escribió una vez. Las frases sin mensaje no tienen mensaje, escribió en otra ocasión.
Algunas de sus frases empezaban a tener sentido, pero él no buscaba sentido sino musicalidad. No sabÃa muy bien qué harÃa el dÃa que por fin diese con la frase que buscaba, pero tenÃa una idea. Necesitaba un epitafio. Una persona que habÃa dedicado tantos años a buscar una buena frase no podrÃa morir sin un epitafio célebre. SerÃa una vergüenza. Por eso habÃa iniciado algunos papeleos con una funeraria moderna. A través de su página web esta funeraria te permitÃa, con sólo rellenar un formulario, diseñar tu entierro con todo lujo de detalles.
A Ribogerto no le preocupaba en absoluto cómo serÃa su entierro, pero sà le preocupaba lo que pondrÃa en la última de las casillas, el epitafio. HabÃa rellenado todos los datos del formulario meses atrás, pero aún no habÃa encontrado un epitafio, ésta era la única casilla del formulario que, donde deberÃa figurar una frase de Rigoberto, aún ponÃa: "Escriba su frase aquÃ". Nunca la llegó a escribir.
Tremenda la desdicha de Rigoberto, que murió antes de encontrar la frase que buscaba. Quién le iba a decir que su epitafio serÃa una invitación a la escritura de frases. Quizá lo hizo a posta.
Hoy se cuentan por centenas las personas han escrito sus frases en el sepulcro de Rigoberto.
Publicado originalmente en: www.carloscapote.com
También puedes encontrarme en "La web más aburrida de todo Internet": www.carloscapote.com o en mi canal de Youtube: www.youtube.com/carloscapote