"No era nada bonita, pero tenÃa un bonito coño, tan bonito como el de cualquier otra."
Michel Houellebecq, Las partÃculas elementales.
“-Una pareja simpática -dijo Lucio-; ahà los tienes.
Mauricio estaba enjuagando las botellas, dijo:
-Ya venÃan el año pasado. Pero se me hace a mà que no eran novios todavÃa. Se tienen que haber hecho posterior.
-Lo único, lástima de pantalones los de ella. ¡Cosa más fea! ¿Por qué se vestirán as�
-Para la moto, hombre; con pantalones va mejor. Y más decente.
-Ca. No me gustan a mà las muchachas vestidas de esa manera. Si parece un recluta.
-Que le vienen un poco grandes; serán de algún hermano.
-Pues dónde esté una chica de ese tiempo con una bonita falda, lo demás es estropearse la figura. Pierden el gusto en ese Madrid; no saben ya qué ponerse.
-Bueno, en Madrid, te digo yo que ves a las mujeres vestidas con un gusto como en tu vida lo has visto por los pueblos. ¡Vaya telas y vaya hechuras y vaya todo!
-Eso no quita. También se contempla cad espectáculo que es la monda. Al fin y al cabo es el centro, la Capital de España; vaya, que todo va a dar a ella; por fuerza tiene que estar allà lo mejor y lo peor.
-Pues hay más cosas buenas que no malas, en Madrid.â€
Rafael Sánchez Ferlosio, El Jarama.
"Mas porque eres tibio, que ni eres frÃo ni caliente, te comenzaré a vomitar de mi boca."
Apocalipsis, cap. III.
"No pasé hambre ni en general sufrà privaciones durante mis viajes por SajalÃn. HabÃa leÃdo que el agrónomo Mitsul, mientras realizaba un examen de la isla, sufrió grandes necesidades e incluso tuvo que comerse a su propio perro."
Antón Chéjov, La isla de SajalÃn.
"DÃa tras dÃa, la infanterÃa desfilaba alegremente por la avenida, y todos se regocijaban porque los jóvenes que regresaban eran puros y valientes, de dientes sanos y sonrosadas mejillas, y las jóvenes del paÃs eran vÃrgenes, y hermosas de cara y cuerpo."
Scott Fitzgerald, Primero de mayo (S.O.S).
"Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme."
San Mateo 8:8.
"(...)habÃa descubierto que la belleza ocupaba una franja estrecha. La fealdad, por el contrario, poseÃa una variación infinita."
Ian McEwan, Expiación.
“-Antes éramos los de los pueblos -decÃa el hombre de los z.b.- Los que Ãbamos a pasarnos las fiestas a las capitales. Ahora, en cambio, son los de las capitales los que se vienen al campo.
-Ninguno está conforme con lo que tiene –dijo Lucio-. Siempre se echa de menos lo contrario.
-SÃ, lo que es –replicaba Carmelo-; como estuviera yo en los Madriles, escapado iba a echar yo de menos todo esto de aquÃ. Mejor campando por tus respetos en un Madrid, aunque sea siendo uno nadie, que alcalde en Torrejón, con toda la importancia de ese pueblo. Si ya lo dice la gente: “De Madrid al cieloâ€, ahà está; con eso ya queda dicho.
El carnicero se volvió, sonriendo, hacia él.
-Bueno, ¿y tú qué harÃas en un Madrid?, vamos a ver. Cuéntanoslo.
-¿Yo...? ¿Que qué harÃa...? –Se le encendÃa la cara-. ¿Qué es lo que harÃa yo en Madrid? –Chasqueó con la lengua, como el que va a empezar a relatar alguna cosa alucinante-. Pues, lo primero... Me iba a un sastre. A que me hiciese un traje pero bien. Por todo lo alto alto. Un terno de quinientas pesetas...
Se pasaba las manos por la raÃda chaquetilla, como si la transfigurase. Mauricio le interrumpió:
-¿De quinientas pesetas? Pero ¿tú qué te crees que te cuestan los trajes a medida en Madrid? Con quinientas pesetas ni el chaleco, hijo mÃo.
-Pues las que hiciesen falta –dijo el otro-. Quien dice quinientas, dice setecientas...
-Bueno, hombre, sigue. Pongamos que con setecientas te alcanzaba para ponerte siquiera medio decente. ¿Luego qué hacÃas?, a ver. Continúa.
-Pues luego, me salÃa yo a la calle, con mi trajecito encima, bien maqueado, pañuelo de seda aquÃ, en el bolsillo éste de arriba, ¿eh?, mi corbata, un reloj de pulsera de estos cronométricos, y me iba a darme un paseo por la Gran Via. Poquito; ida y vuelta nada más, y descansado, para sentarme a renglón seguido en la terraza de un café, ¿cómo se llama ése?, Zahara, en la terraza del Zahara. AllÃ, ya, bien repantigado, daba unas palmaditas –hizo el gesto de darlas-, y en esto el camarero: un doble de cerveza asà de alto con... con una buena ración de patatas fritas, eso es. Ah, y el limpia. Que me mandase en seguida al limpiabotas para sacarme brillo a los zapatos...
El hombre de los z.b. se miró a los empeines. Lucio dijo:
-Ay, amigo!, eso ya lo sabÃa yo, fÃjese. Lo estaba viendo venir.
-¿El qué?
-Que lo primero que iba a llamar es al limpiabotas. Estaba seguro.
-¿Y usted por qué estaba seguro de eso?
-Pues porque sÃ. No podÃa faltar. ¿No ve que tengo ya muchos años? No falla; es lo primero que se les ocurre a todos los que hablan de la buena vida: que venga un tÃo a limpiarles los zapatos.â€
Rafael Sánchez Ferlosio, El Jarama.